Un camino compartido
En una Iglesia que busca renovarse y abrir espacios de participación, la sinodalidad no es solo un concepto: es una manera de vivir. Significa caminar juntos —jóvenes, laicos, consagrados y pastores— escuchándonos, discerniendo y soñando unidos el futuro que Dios quiere para su pueblo.
Y en este camino, los jóvenes no son simples acompañantes: son protagonistas. Su voz fresca, sus preguntas y su entusiasmo son la fuerza que impulsa una Iglesia más viva, cercana y auténtica.
La sinodalidad tiene rostro joven
Don Bosco lo entendió mucho antes de que la palabra “sinodalidad” fuera común. Él caminó con los jóvenes, los escuchó, creyó en ellos.
Esa es la esencia del espíritu salesiano: caminar junto a los jóvenes, no delante de ellos. Ser presencia amiga, acompañante, testigo.
Por eso, cuando la Iglesia habla de sinodalidad, los salesianos y las comunidades juveniles ya conocen el lenguaje del corazón: el de escuchar, dialogar y servir con alegría.
Juventud que transforma
Los jóvenes tienen sed de sentido, de comunidad y de esperanza. La sinodalidad invita a ofrecerles un espacio donde puedan compartir su fe, expresar sus sueños y construir juntos.
Desde los grupos juveniles, oratorios, catequesis o movimientos misioneros, la experiencia de “caminar juntos” se convierte en una verdadera escuela del Evangelio.
Allí se aprende que la santidad es alegre, comunitaria, activa.
Que el Espíritu también habla en la risa de los jóvenes, en su música, en su deseo de cambiar el mundo.
El estilo salesiano: alegría que une
La salesianidad aporta un sello inconfundible a este camino: la alegría del Evangelio.
Don Bosco enseñaba que “la santidad consiste en estar siempre alegres”. Esa alegría no es superficial, sino fruto del amor de Dios y del servicio a los demás.
Vivir la sinodalidad desde el carisma salesiano es abrir las puertas de la Iglesia para que todos —especialmente los jóvenes— encuentren un hogar donde puedan sentirse amados, acompañados y llamados a la santidad.
Caminar juntos, soñar juntos
Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita jóvenes que sueñen, y adultos que crean en esos sueños.
Necesita comunidades que escuchen, que compartan la mesa, la oración, la misión.
La sinodalidad, la juventud y la salesianidad no son tres caminos distintos: son un mismo sendero de fe, esperanza y amor compartido.
Un camino donde nadie camina solo, porque Cristo es quien va a nuestro lado.
Una invitación final
“Caminemos juntos, con corazón joven y espíritu salesiano,
para que la Iglesia siga siendo casa que acoge, escuela que forma y patio que une.”
